top of page

Un título, dentro de un cuadro cualquiera.

  • Foto del escritor: telescoagustina
    telescoagustina
  • 22 ago
  • 4 Min. de lectura

Dice 2017… pero creo que lo imaginé mucho antes, quizá en 2011. Antes de empezar a estudiar, ya fantaseaba con ese momento: tener el título, colgado en alguna pared, en algún rincón. “Imagínate cuando llegue el día… después de seis años, de treinta y pico de materias… el día en que tenga el título”. Alguna vez se me habrá cruzado por la cabeza.


Dice 2017, pero su historia tiene muchos más años, hacia atrás y hacia adelante. Como si este pedazo de papel pudiera contar mi propia historia.


En abril de 2018 me fui de Argentina, antes de que este papel llegara a mis manos. Lo había esperado tanto, y al final me fui sin recibirlo. Había otras cosas que debía aprender antes de apropiarme de lo que ahí decía: Psicóloga. Agustina Telesco, Psicóloga.


Ese mismo año me enamoré de España y quise quedarme. Sentí que me alejaba un poco de aquel título, aunque en el fondo de mi conciencia siempre estaba esa certeza: “nací para esto… pero ahora no es el momento”.


En noviembre de 2018 volví a Argentina por tres meses. Un día antes de regresar a España, todos los papeles —incluido ese título, firmado y apostillado— viajaron conmigo de nuevo al viejo continente.

En 2019 llegó el primer intento de homologar mi profesión en otro país. La respuesta tardó, y en 2021 fue un “no”.


El título, guardado en un tubo negro, quedó ahí.


Aún en 2019, con más incertidumbres que certezas, me matriculé a distancia y lancé mi primer mensaje: Consulta psicológica. Agustina Telesco. Mat: XXXX


Llegó el primer consultante. El título seguía en su tubo, y yo empezaba a descubrir cómo ser yo y ser eso, psicóloga.


Nadie nos dice que en las profesiones también se empieza desde cero. Que también se emprende: desde el primer consultante, desde el boca en boca.


En 2022 volví tres meses a Argentina. El título viajó otra vez en ese tubo negro, pero esta vez se quedó allí, guardado en una caja junto con mis apuntes —que nunca tiraré, porque en esas hojas también está mi historia, con colores, rayas y palabras escritas por mi o por mis facuamigas.


En abril de ese mismo año partí a Australia por un año con varios objetivos; uno de ellos, juntar el dinero para homologar el título en España. Ese objetivo no lo cumplí. Me quedé casi tres años viviendo, experimentando, aprendiendo de la naturaleza y de mí misma.


En ese tiempo algo empezó a cambiar: ese susurro lento y consciente empezó a correr. De repente no había mensajes al aire para que personas lleguen a mi espacio. Fueron las personas que confiaron en mi consulta las que comenzaron a expandir el mensaje: “te paso el contacto de mi psicóloga”. Eso supongo yo que dicen, entre otras cosas que nunca sabré . 


Con ese título, lejos, guardado en un tubo dentro de una caja en otro continente. Yo confié. Me las arreglé para estar presente cada día, para aparecer frente a la pantalla y dedicar una hora de escucha a quien estaba del otro lado.


“Psiconómade”, me repetía a mí misma, cuando el consultorio era mi auto, la casa de una amiga o incluso durante unas vacaciones. Solo necesitaba pocas cosas para sentarme y escuchar.


En 2025 volví a España. Esta vez ya habiendo encontrado la manera de ser yo y ser psicóloga. Somos una.

El título, otra vez en ese tubo negro, emprendió un viaje secreto a República Dominicana… como unas últimas vacaciones enroscado, y donde por fin, después de tantos mares y años nos volviéramos a encontrar.

Lo abrí y vi que estaba quebrado, como si un río lo atravesara. Primero pensé: “qué pena”. Luego comprendí: esa también era su historia. Los océanos, los viajes, los años enrollado.


Junio de 2025. Cumplo 32 años en España. Pasaron ocho años desde mi última materia y siete desde que este papel existe. Decido regalarme algo para mi cumpleaños: sacarlo a la luz, ponerlo en un cuadro, quizá colgarlo.


Como si me hubiese estado esperando, en un mueble de la casa nueva encontré un marco. No era el que imaginé mucho antes de 2017, pero encajaba perfecto. Lo limpié, lo abrí, lo probé. El título entró como si siempre hubiera sido suyo.


Ahora está ahí, en un cuadro un poco roto, con una historia que lo atraviesa. No está colgado, pero lo veo sobre una repisa. Lleva la bandera argentina, celeste y blanca, que me conecta con mi tierra y mi raíz.

Lo miro y lo honro. Me honro a mí, a mi esfuerzo, al de mis padres, y al apoyo incondicional de mis amigas de la facu.


Es perfecto en su imperfección. Cuenta una parte del camino de convertirme en quien soy.

Siempre lo supe: nací para esto.


Gracias a quienes, a lo largo de estos años, confiaron en mí, en mi espacio y en el amor que pongo cada vez que aparezco frente a la pantalla.


Con amor,

Agus


 
 
 

Comentarios


bottom of page