Sobre el apego y lo humano de vincularnos
- telescoagustina

- 30 ago
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En los últimos años se ha vuelto cada vez más común escuchar hablar de los estilos de apego. Videos, artículos y publicaciones circulan intentando explicar nuestras formas de vincularnos, a veces de manera muy simplificada. Y en ese camino, la palabra apego parece haber tomado mala fama, como si estar “apegados” a alguien fuera sinónimo de dependencia o fragilidad.
Pero lo cierto es que no podemos ni necesitamos “desapegarnos” de las personas. Desde que nacemos, el apego es lo que nos permite sobrevivir: necesitamos de otro ser humano que nos sostenga, que nos cuide, que nos brinde seguridad para crecer. Esa necesidad de vínculo no desaparece en la adultez: seguimos necesitando sentirnos vistos, amados y acompañados.
El desapego, en todo caso, tiene sentido cuando hablamos de lo material: las cosas, los objetos, aquello que no tiene vida. Con las personas, en cambio, lo que construimos son lazos de apego. Y lejos de ser un problema, es justamente lo que nos da sostén y nos hace humanos.
Es cierto que no todas las experiencias de apego han sido seguras. Muchas veces, por nuestra historia, aprendemos modelos de apego inseguros: ansiosos, evitativos, desorganizados. Esas formas no son “errores personales”, sino huellas que quedaron en nuestra manera de relacionarnos. Y aunque pueden generarnos malestar, no son una condena.
La buena noticia es que los estilos de apego son flexibles. Con herramientas, conciencia y nuevas experiencias de cuidado, podemos ir construyendo vínculos más seguros. No se trata de eliminar nuestra necesidad de los otros, sino de aprender a relacionarnos de una manera que nos brinde calma, confianza y presencia.
El apego en sí mismo no es el problema. El problema es la herida que deja un apego inseguro. Y la posibilidad que tenemos como adultos es la de sanar, elegir y crear nuevas formas de encontrarnos con los demás que nos sostengan desde el cuidado y la confianza.
Porque al final, lo más profundamente humano que tenemos es nuestra capacidad de vincularnos. Y reconocer eso no es una debilidad, sino un acto de valentía y de amor.
Con amor, Agus.



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